Quizá el mundo deportivo se divida entre “elegir diariamente el dolor de la disciplina o el dolor del arrepentimiento”, como afirmara Eric Mangini, entrenador de fútbol americano.
En este sentido, los equipos que han tomado en serio el campeonato mexicano de fútbol, y algún colado a través del Play-In, estén marcando la diferencia entre los disciplinados y los arrepentidos.
La disciplina no sólo es física, es también mental y está enmarcada en el contexto de la filosofía del Club deportivo. Cada equipo en la Liga MX tiene una forma de estar y un para qué. Lo que separa al campeón del resto es un intangible poderoso: la mentalidad.
¿Qué nos doce la ciencia del rendimiento humano sobre los procesos mentales que permiten a los equipos mantener la calma, elevar su nivel y responder con resiliencia bajo presión?
En primer lugar, está la curva del rendimiento óptimo. ¿Sabías que existe una relación directa entre el nivel de activación cerebral y el desempeño llamada “Curva de Yerkes-Dodson”?
Durante la fase final, el entorno hipercompetitivo puede elevar el estrés a niveles que, si no son bien gestionados, derivan en bloqueos mentales, errores no forzados y toma de decisiones deficiente. La clave está en que los jugadores y el cuerpo técnico logren un estado de activación óptimo: la adrenalina justa para cada jugada.
Esto se logra a través de técnicas como la respiración diafragmática, rutinas precompetitivas bien diseñadas y el entrenamiento del enfoque atencional. El objetivo es favorecer un estado mental conocido como flow, donde el jugador se siente completamente inmerso, con alto control y claridad en sus acciones.
Por otro lado, tenemos a la mentalidad de crecimiento y adaptabilidad táctica. Carol Dweck, psicóloga de Stanford, introdujo el concepto de mentalidad de crecimiento; es decir, la creencia de que las habilidades pueden desarrollarse con esfuerzo, estrategia y retroalimentación. En la Liguilla, los equipos que se adapten mejor a rivales, estilos de juego y momentos críticos, serán los que triunfen. Este tipo de mentalidad debe residir en los jugadores, el cuerpo técnico y la directiva.
La neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para modificarse con la experiencia, respalda esta idea. Equipos que entrenan situaciones complejas, escenarios adversos y decisiones bajo presión, fortalecen las redes neuronales asociadas con la resolución de problemas y la toma de decisiones rápidas; cruciales en partidos cerrados o con desventaja.
Otro escenario en al cual trabajar: la cohesión grupal y cerebro social. La neurociencia social ha mostrado que el cerebro humano está diseñado para colaborar; las neuronas espejo, por ejemplo, permiten la empatía y la lectura del otro. En un equipo altamente cohesionado estas dinámicas se traducen en una comunicación no verbal más eficaz, anticipación de movimientos y confianza mutua.
Equipos que cultivan una cultura de apoyo mutuo, compromiso compartido y propósito común, liberan mayores niveles de oxitocina, la hormona que fortalece los lazos sociales y reduce el miedo. En momentos críticos como penales, tiempos extra o remontadas, estos factores marcan la diferencia.
¿Pero qué hacer ante la adversidad? La medicina: la gestión emocional y la resiliencia. Un penal fallado, un gol en contra en el último minuto o una expulsión injusta pueden desestabilizar emocionalmente a un equipo. La psicología deportiva ha demostrado que los equipos exitosos tienen una alta resiliencia emocional: la capacidad de volver al equilibrio después del impacto. Esto no es espontáneo; se entrena.
El entrenamiento mental debe incluir visualización, diálogo interno positivo y simulaciones de presión. Está científicamente comprobado que los jugadores que entrenan la autorregulación emocional activan zonas cerebrales como la corteza prefrontal, relacionada con el control ejecutivo, en lugar de verse dominados por la amígdala, que responde al miedo y la amenaza.
Para terminar este breve recorrido por el entrenamiento mental tenemos a la Eficacia colectiva. La creencia compartida de que el equipo puede lograr sus metas es una de las variables más sólidas en la predicción del éxito deportivo. Esta confianza no surge del discurso motivacional ocasional, sino del historial compartido de superación, de la narrativa construida internamente: “mi equipo sabe ganar”.
Recordemos que la repetición de experiencias positivas activa los circuitos dopaminérgicos que refuerzan la expectativa de éxito. Por eso, los entrenadores exitosos en fase final no sólo trabajan la estrategia, sino el lenguaje, la identidad y el relato colectivo que sustenta al equipo. Somos seres que habitamos narrativas.
Un equipo que domina su mente, gestiona sus emociones, se adapta al entorno y se cohesiona bajo presión, no sólo compite: trasciende.