¿Desde dónde tomo mis decisiones?

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Tomar buenas decisiones en la empresa es uno de los retos más cotidianos. Pero ¿cómo sabemos que aquella ocurrencia es una decisión pertinente?

¿Cómo sé que una idea es o puede ser mejor que otra? Muchos dirán que por la experiencia, que por la lógica o por intuición; sin embargo, ¿qué pasa con esas ideas locas, atrevidas, transgresoras? Recordemos que todos nuestros pensamientos se acompañan de emociones y desde ahí nos parecen mejores o peores.

Para empezar, debemos partir de la idea -comprobada- que la tierra fértil para tomar buenas decisiones es nuestra inteligencia. Suena obvio, claro y a la vez, el concepto resulta realmente ambiguo, sujeto a muchas interpretaciones. Veámoslo más científicamente. En la raíz de la inteligencia están los deseos; éstos no vienen solos, están acompañados de las emociones, y de aquí se activan las áreas de la recompensa en nuestros cerebros.

Entonces surgen imágenes en nuestras mentes de cómo sería nuestra vida habiendo logrado ejecutar la gran decisión que nos llevó a ese momento soñado. “Ya me vi”, se suele decir. Justo esto: deseos, emociones, recompensa nos lleva a la famosa motivación; ya saben, dopamina, adrenalina y serotonina. Acto seguido, surgen las ideas; es entonces que el proceso de razonamiento entra en escena.

Aquí inicia el camino retador. Sucede que las ideas, envueltas en emociones y emanadas desde los deseos, están realmente contaminadas por la firme creencia de que sí son viables, no obstante, los obstáculos que pudiéramos estar percibiendo. ¿Qué sucede? Que hay un exceso de dopamina en nuestros cerebros, y eso nos hace creer que nuestras ideas son más poderosas que cualquiera de los problemas que aparezcan en el camino.

Imagina a dos jóvenes con la idea de vivir juntos, aunque no les alcance el dinero para hacerlo. El exceso de dopamina los hará creer que “echándole ganas” sí se puede. Ahora lleva esta escena al área de la empresa o negocio; podemos estar ante un grupo de colaboradores enamorados de sus propias ideas. En este escenario, el exceso de dopamina no les permite analizar y distinguir certeramente cuál sería la idea más pertinente.

En el escenario entra un nuevo personaje; algo que nos distingue a los seres humanos de los demás seres vivos, y este es el reto de retos: la conciencia. El tomar conciencia, nos obstante el exceso de dopamina, nos permitirá discriminar las buenas ideas de las que no los son. Suena simplista, pero es uno de los desafíos más grandes a los que nos enfrentamos en la toma de decisiones. Analizar el contexto, sus variables, las experiencias previas, el escuchar a otras personas que no estén enamoradas de nuestras ideas y aceptar sus opiniones nos ayuda a redimensionar nuestro pensamiento.

Empezamos a tomar el control de nuestra mente ilusionada por el deseo, las emociones y las geniales ideas. Que, ojo, sí pudieran ser excelentes luego de pasar por el filtro de la conciencia, esa capacidad que nos permite darnos cuenta de algo y de conocernos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Estamos hablando ya de las funciones ejecutivas del cerebro.

Es en este preciso momento en el que entran en juego los valores. La conciencia también nos permite distinguir entre el bien y el mal; la ética forma parte primordial de la toma inteligente de decisiones. En más de una ocasión hemos sabido de malas prácticas que han puesto en jaque la imagen pública y la confianza de algunas empresas.

Con base en la lluvia de posibles decisiones, ¿qué nos perjudica? ¿Qué nos beneficia? ¿En quiénes nos vamos a convertir si materializamos ciertas ideas? ¿Nuestra identidad corporativa se verá afectada? Y nosotros, como seres humanos, ¿seremos los mismos; seremos mejores? Recuerda la pregunta: ¿en quién te conviertes en el camino a tu meta?

La generación de ideas y la toma de decisiones conforman nuestra identidad en la vida. Y ahora que sabes esto, ¿desde qué conciencia tomarás tus siguientes decisiones?

#palabradecoach

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