Nuestro estado mental es nuestro hábitat y desde ahí interpretamos el mundo. El fútbol, más allá de ser un deporte, es una experiencia emocional intensa.
Para un futbolista profesional, el rendimiento personal y colectivo no sólo define su valor en la cancha, sino que también modela su estado mental fuera de ella. Cuando un equipo atraviesa una temporada complicada y termina penúltimo en la tabla, acumulando rachas tan duras como 2 partidos ganados; 3 empates y 12 partidos derrotas, las consecuencias emocionales y mentales son profundas y, muchas veces, invisibles para quienes observan desde fuera.
El Puebla de La Franja ha sido un equipo minimizado, malquerido, disminuido a propósito y un cheque al portador para cualquier contrincante que necesitara de una victoria. El desgaste emocional de la derrota continua refuerza un sistema de creencias negativo: “No puedo”; “No soy suficiente”; “Todos los demás son mejores”. El Yo mental, tan autodescalificado, es el principal rival a vencer más allá de lo que dura un torneo en la Liga MX. Es un fantasma que arrastra cadenas mentales difíciles de romper.
El deportista de élite está entrenado para enfrentar la presión, pero la derrota sistemática es una de las situaciones más desafiantes para su salud mental. Con cada partido perdido se acumulan puntos en contra y también sensaciones de frustración, inseguridad y, en muchas ocasiones, de culpa.
Es habitual que los jugadores comiencen a cuestionar sus propias capacidades, incluso si a nivel individual mantienen un rendimiento aceptable. La confianza, pieza clave en todo rendimiento deportivo, se va erosionando lentamente con cada resultado adverso. A este fenómeno lo conocemos como “espiral descendente de autoconfianza”, una trampa psicológica en la que el futbolista empieza a ver sus errores como inevitables y sus aciertos como simples accidentes.
En otra parte de este escenario negativo, el ambiente en el vestuario va de la unidad a la tensión. No es para menos, es más fácil culpar que hacerse corresponsables. Las rachas negativas afectan al individuo y al colectivo. El vestuario, espacio que en tiempos de bonanza se llena de motivación y camaradería, puede transformarse en un ambiente tenso y hostil. Se incrementan los reproches, disminuye la comunicación constructiva y aparece el temor constante a ser responsabilizado por las derrotas.
Para muestra un botón: recordemos la expulsión de Bryan Angulo después de una fuerte entrada a Pablo Monroy ante Pumas. Puebla ganaba 1 – 0. “Vete ya”; le gritó a Angulo Pablo Guede, DT de La Franja. El cuadro poblano cayó mentalmente y perdió 3 a 1. Así eran las cosas en la jornada 11. Y el espiral descendente de autoconfianza continuó hasta el final del torneo.
En este sentido, la presión externa: afición, directiva y prensa, actúa como amplificador del malestar interno. La exposición pública de los errores alimenta el estrés crónico, impactando tanto en el rendimiento físico como en la toma de decisiones dentro del campo. La lucha contra la resignación es ahora un poderoso contrincante.
Uno de los mayores desafíos psicológicos en estos contextos es evitar que la resignación se instale en la mente del jugador. La sensación de que “haga lo que haga, el resultado será el mismo” es altamente desmotivadora y, si no se gestiona, puede derivar en apatía y en una pérdida de intensidad competitiva. Este estado no sólo empeora los resultados, sino que también incrementa el riesgo de lesiones, ya que el futbolista reduce su concentración y compromiso en los entrenamientos y partidos.
Te comparto algunas estrategias desde la psicología deportiva para sostener la salud mental en tiempos difíciles:
- Reencuadre de objetivos: Pasar de enfocarse sólo en el resultado a valorar el rendimiento y el crecimiento personal.
- Gestión emocional: Ayudar al jugador a expresar y canalizar sus emociones de forma constructiva, evitando que la frustración se acumule.
- Técnicas de visualización y autoconfianza: Fortalecer la seguridad en las propias capacidades para romper la racha de pensamientos negativos.
- Trabajo de cohesión grupal: Reforzar la unidad del equipo y fomentar un ambiente de apoyo mutuo en lugar de un hábitat de juicio.
Estar en un equipo que atraviesa por muy malas temporadas y encadena 12 partidos sin ganar es una de las pruebas más difíciles para la mente de un futbolista. En estas circunstancias, la fortaleza mental no es un lujo, sino una necesidad. El entrenamiento psicológico tiene un rol protagónico en acompañar al jugador para que, aún en la adversidad, conserve su motivación, confianza y amor por el juego.
Al final, en la vida como en el fútbol, en la mente se juegan los partidos más importantes.
#palabradecoach