Verbalizar el mundo que nos rodea y las realidades que construimos es pieza fundamental para nuestra salud mental y emocional; asimismo, para mantenernos en el camino a nuestras metas. Somos seres que vivimos en el lenguaje.
Las palabras nos generan diversos estados de ánimo, obviamente con su respectivo proceso neuroquímico.
¿Puede ayudarnos el lenguaje en un contexto tan volátil como el de los mercados actuales? El discurso del presidente Donald Trump ha generado un clima hostil y de gran incertidumbre para los inversionistas y empresas en nuestro país. Pocas personas en el mundo tienen tanto poder es sus palabras; lo que un presidente dice se hace, se materializa e impacta la vida de millones de personas.
La palabra nos eleva o nos hunde; ¿por qué verbalizar nuestro entorno genera tanto impacto? ¿Dónde nace el lenguaje en nuestros cerebros? La parte racional, el hemisferio izquierdo del cerebro, es el donde nace cada palabra, cada constructo lingüístico. Pero ese discurso viene de una experiencia de vida, desde nuestra propia historia y experiencia. El hemisferio derecho entra en escena y pone el contenido emocional a cada palabra.
El inconsciente se pone en marcha; muchas veces desde aquí tomamos decisiones que son capaces de sorprendernos a nosotros mismos. Puede ser que nos asustemos demás o algo nos cause mucho agrado sin tener claro el verdadero porqué. Un aroma, una forma de mirar, un tono de voz, nos puede remitir a estados emocionales que nos han conformado sin que nos percatemos de ello.
¿Qué puede hacerse desde el lenguaje para enfrentar las medidas arancelarias del presidente Trump? Las palabras negativas nos llevarán a escenarios catastróficos repletos de cortisol, pocas ideas y mucha emoción desbordada. Las palabras positivas generan el escenario contrario; menos exceso de cortisol, más dopamina, adrenalina y serotonina, y nos pondrán más creativos. Podremos generar rutas de acción que desde el lenguaje negativo quedarían ocultas.
Claro, no se trata sólo de hablarse bonito en momentos apremiantes; es necesario transitar lógica y emocionalmente los derrotes de la vida. Uno de los principales retos es que la mente y el cerebro suelen enfocarse fácilmente en lo negativo. Las profecías catastróficas autocumplidas toman el control desde el ego y alimentan las creencias negativas. El dedo inquisidor señala hacia afuera mientras tres dedos nos indican el camino hacia notros mismos.
¿Por dónde podemos empezar? Pregúntate, ¿qué discursos te anulan y cuáles te potencian? Es aquí donde empieza la negociación con nuestra mente, cerebro e historia de vida. Primero es ser conscientes de qué tan negativamente nos hablamos y después pasar a un discurso creativo. Claro que esto es en verdad retador, pero la neuroplasticidad será nuestra aliada para cambiar la estructura cerebral hacia un leguaje positivo y propositivo que nos permita hallar creativamente soluciones.
Mudarse de palabras es entonces la propuesta de una narrativa de poder. Por ejemplo, dejar de habitar en lo “furioso” para cambiarnos a lo “curioso”, Como podemos ver, la diferencia es sólo una letra, pero el verbalizar una u otra palabra implican rutas de acción muy diferentes.
Otro binomio es la “culpabilidad” vs la “responsabilidad”. La primera palabra suele señalar a los demás como los victimarios de nuestra situación; la segunda, nos remite a una neuroquímica de acción y desde aquí es posible abrir conversaciones y posibilidades. ¿Qué no has hecho, que si hoy hicieras, te acercarías un paso o dos hacia tu meta?
Como decía líneas arriba, la neuroplasticidad es nuestra aliada. Al modificar nuestro lenguaje cambiamos nuestra estructura cerebral y nuestra experiencia emocional; es decir, a través del lenguaje podemos cambiar la forma de percibir el entorno y por consiguiente, la manera en que experimentamos desde nuestras emociones eso que llamamos realidad. Podremos entonces actuar desde una inteligencia conversacional.
He aquí donde puede aparecer otro reto: el síndrome del impostor. De esto platicaremos en la siguiente columna.
#palabradecoach